28/05/2008

Los Mendigos

Hoy me encontré con una situación para la cual tengo respuesta automática. Una persona en la calle me pidió dinero. Mi respuesta para esto es en el 99% de los casos un rotundo "no". Si..., si..., se que a algunos ya se le apretó el pecho y están diciendo (principalmente las mujeres) "éste desgraciado". Pues dejen que les informe que no siempre fui así, era condecendiente con las personas indigentes, más hubo un suceso que me cambio de actitud... aquí va la historia.

Hace unos años conservaba un porcentaje fijo (casi siempre un 10%) de lo que me entraba para acción social. Me sentía venturoso cuando de mi "fondo" extraía un billete de 10 o 20 pesos y se los daba a alguien que me planteaba cualquier necesidad en la calle, aparentemente genuina.

Un día, sin yo pedírselo al Altísimo, llegó a mi oficina un mendigo pidiendo dinero para comer. Pero no era cualquier persona de la calle, tenía un léxico extraordinario, más sorprendente aún cuando hablamos de alguien que dormía en los extintos bancos de cemento de la Leopoldo, aparte tenía un historia bien definida de lo que le había pasado, con personajes reales y que luego llegué a comprobar en la mayoría de ellos.

Por un momento aparté de mi conciencia el hecho de que apestaba a "demonio" (no se a que huele uno pero debía de ser así), producto de poder bañarse sólo interdiario (con suerte) y me dispuse a ayudar realmente a aquella persona. Entendía que había una esperanza, un rayo de luz que podía día llegar a brillar en todo su esplendor. Tal vez llegaría a formarlo en nuestras filas (la de los "normales").

Durante 6 meses le presté ayuda económica a Juan (pseudónimo), pero sobre todo moral. Le ayudaba a encontrar ideas que le sirvieran para salir del escollo en el que se encontraba. Imaginen como era enfrentarse a las depresiones de las que ese señor sufría por vivir así.

Recuerdo como la gente de las inmediaciones veía a Juan como a un loco, y me decían, por mi protección, que dejara de hablar con él. Miraban y cuchicheaban, me hacían señas, tratando de evitar nuestros encuentros que a veces solían durar 15 o 20 minutos, donde hablábamos de sus progresos y, sobre todo, de las proezas de vivir a la intemperie.

Había llegado a la calle gracias a las drogas, después de haber sido pudiente, despilfarró su fortuna en el vicio y deportado de los Estados Unidos, ahora se veía sin ningún amparo. Les juro que invertí todo cuanto pude, o al menos eso pienso, en tratar de que echara adelante, bajo la consigna de Jesús "Si enseñas a pescar a un hombre lo alimentarás para siempre". Pero comencé a ver algo preocupante... por más que intentaba no había progresos.

No sé si no lo ayudé lo suficiente o de la forma adecuada, eso lo juzgará Dios, sólo sé que un día decidí no hacerlo más. Hoy cuando veo un mendigo con la mano extendida, tan sólo recuerdo a Juan y digo para mí: "si supiera que la limosna te va a ayudar te lo daría con todo mi corazón"...

Algún día ayudaré mejor a los indigentes... mientras tanto seguiré aprendiendo a vivir, así llegado el momento les podré enseñar a ellos.

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El objetivo de este artículo es crear conciencia sobre los problemas reales de los mendigos, porque creo que atacar las causas es la mejor forma de resolverlos. Si te sientes animad@ a ayudar económicamente a alguien de la calle, no te detengas, pero si puedes hacer algo más no dudes en hacerlo.

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